Escenas de la vida cotidiana
- Sonia Zivkovic
- 14 oct 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 15 oct 2024
Publicado en Gazeta Mujer Potencia - Oct 2024
“Esa es mi revolución:
llenar de amor mi sangre,
y si reviento
que se esparza en el viento
el amor que llevo dentro.”
Cuatro pesos de propina
Hoy me levanté con ganas de escribir. ¿Qué me lo disparó? No sé bien. Escenas de la vida cotidiana.
Ayer volvía de microcentro a Villa Urquiza en subte. En Carlos Pellegrini se subió una mujer joven con un niñito de 2 años en brazos. De forma casi descabellada para estos tiempos presentes, los asumiré como madre e hijo. De forma casi descabellada, considerando los tiempos que corren, los asumí como madre e hijo. Y a ella como mujer, dicho sea de paso. Un poco por el lenguaje corporal de los dos, y otro poco porque mi cerebro es igual a todos los cerebros y cataloga, etiqueta y ordena basado en la lógica que lo ha organizado a lo largo de su existencia.
Lo primero que me impactó fue que una señora, al toque de abrirse las puertas y subir los pasajeros, gritara de pésimo modo: “Alguien puede ceder el asiento para una mujer?” El tono agresivo no era necesario. No tengo dudas de que aún sin grito, esta pasajera y el niño a su cargo hubiesen conseguido un asiento de inmediato. Aún si nadie levantaba la vista, con pedirlo en tono neutral alcanzaba. Pero bueno. Así las cosas, en esta caldeada ciudad: mechas cortas por doquier.
Los recién llegados se ubicaron justo frente a mí, tomando el asiento de mi anterior vecina que se paró más rápido que yo y que además era visiblemente más joven. El niñito se notaba muy curioso, como corresponde a un niño sano de 2 años. Miraba alrededor. Me sonrió cuando le sonreí. Pero cuando se acomodaba sobre su madre, movió sus piernitas, rozando a la persona de al lado. La mamá se disculpó y le dijo al pequeño que se quedara quietito, y sin más, sacó un celular de su bolsillo y lo puso a mirar dibujitos.
Estuve a punto de decirle algo. Me detuve porque en este tiempo de mechas cortas, que no son exclusividad de nadie, me dio temor que ella creyera que yo la juzgaba. Que al tremendo desafío de criar un niño, ella sumara el pesar de que otros la miran y juzgan por recurrir al celular, no para apaciguar a su criatura, sino para anestesiarla y prevenir la potencial incomodidad de los pasajeros adultos que los rodean.
Me callé porque no sabía cómo transmitirle mi inquietud logrando que ella la recibiera con la compasión que la acompañaba, y como una invitación a relajarse durante el viaje. ¿Sabrá esta mujer que todas las investigaciones disuaden de usar las pantallas digitales en niños de menos de 3 años? ¿Sabrá que hay estudios que asocian el autismo al super-estímulo que no puede ser transformado en acción por los niños? ¿Sabrá que se estima que, a la edad de formación de las estructuras psíquicas, poner al niño en la pantalla es abrirle la puerta a futuras adicciones? ¿Alguien le habrá contado que observar y crear sentido es un trabajo arduo y completamente imposibilitado por el vertiginoso desfile de estímulos que proponen las pantallas hoy? ¿Y qué hay del super-estímulo cerebral en un cuerpo quietito y restringido?
Moría por contarle que el niño está cableado para observar el mundo y aprender de él. Que busca los ojos de otros para clavarse en ellos por un instante ínfimo o sostenido. Quería decirle que el transporte público es una experiencia que ofrece una oportunidad enorme de aprendizaje para su bebé. Una invitación a sensar y procesar el entorno a ritmo humano. De oír nuevos ruidos, por ejemplo. De ver otras caras. Que desviar la mirada y mover el cuerpito para ubicar el origen de lo que capturó su atención, y asociar ruido, acción e imagen es crucial para los cachorros humanos. Explicarle que observar, explorar e interactuar genuina y espontáneamente con su entorno es el trabajo de la niñez, y los adultos no necesitamos intervenirlo demasiado.El niño volvió a moverse y me rozó la rodilla. La mamá le agarró la pierna, le dijo que esté quietito y se disculpó conmigo. Con toda la amorositud del mundo, la miré a los ojos y le dije: “No es un problema.” Volvió a ocurrir, y esta vez la disculpa fue muy vehemente. Sostuve la mirada de la mamá y le dije: “No te preocupes tanto. Acá estamos todos para ayudarte y sostener el espacio para él.”
No sé si es cierto eso que dije. Ni sé si somos “todos”, ni tampoco es evidente que todos “estemos” verdaderamente ahí. Menos aún que exista la disposición para sostener el espacio en el cual el niño es siendo. Ciertamente, es una expresión de deseo por mi parte. Después ya no volví a hablar, pero en mi cabeza y corazón, sostuve la charla que tendría con ella si hubiese garantía de que ella la recibiría como un regalo y no como una presión. Si supiese que ella comprendería que verdaderamente creo que se necesita una aldea para criar a un niño, y que me considero parte de esa aldea. Que deseo y trabajo para un mundo en el cual madre e hijo estén sostenidos en un entorno amoroso en el cual ambos puedan ir navegando ese vínculo tan profundo y necesario en paz, con curiosidad y paciencia. Y que creo que eso es un bien social.¿Cómo sería la vida si todos aquellos que salen con sus niños a la calle descansaran en la certeza de que los que estamos a su alrededor los estamos sosteniendo? Si pudiesen contar con el apoyo, la mirada amorosa, la sonrisa, la palabra suave o el silencio, porque se sabrían rodeados de personas conscientes y aliadas en el importantísimo trabajo que está ocurriendo en cada “formador” y en cada niño? ¿Cómo sería el mundo si todos nos hiciésemos cargo de crear y sostener un entorno amoroso? Si llenaramos de paciencia, dulzura, amabilidad y amor el ambiente que compartimos y co-creamos?
Me bajé del subte. Caminé a casa. Seguí con mi vida. Y esta mañana me levanté con ganas de escribir.
Escenas de la vida cotidiana
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