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Maestro se busca

  • Foto del escritor: Sonia Zivkovic
    Sonia Zivkovic
  • 14 oct 2024
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 15 oct 2024

Institución pública o privada. Nivel Inicial, Primario o Secundario. Bachillerato, técnica o comercial. Grupos de 38 o 16. Ruralidad o zona urbana. Escuela religiosa o laica. Doble turno, mañana, tarde o vespertino. Tecnología de primera punta o cielo raso al borde del colapso. Burocracia o procesos simplificados. En Argentina o cualquier otro punto del globo. No importan las circunstancias ni el contexto, la descripción de puesto del docente no requiere ni una carilla, ni un párrafo. Ni siquiera un renglón. El trabajo del docente es diseñar el mundo del aula para facilitar el desarrollo de las personas y los procesos de enseñanza y aprendizaje.



 

Cada vez que entra al aula, el maestro es conductor de una orquesta sinfónica de vínculos humanos; pintor de posibilidades; gestor de sueños y ambiciones; equilibrista de procesos y resultados; malabarista de emociones; gerente de logística; guía y pasajero; director técnico, volante y aguatero. Es protagonista y actor de reparto. El maestro es invitado y anfitrión. Hace lo que hace falta en cada momento, en las circunstancias que tocan y con los recursos a su disposición para que en el universo del aula se pueda ir realizando el extraordinario potencial que la habita.

La descripción de tareas que eso conlleva es impredecible e inconmensurable, porque además de las administrativas y las destinadas a realizar la labor académica per sé, el trabajo del maestro requiere una determinada predisposición. En cuanto al perfil personal y profesional de quien puede llevar a cabo la labor docente con éxito, es tan variado y complejo como hay personas, aunque hay algunos requisitos indispensables, como el optimismo, y otros deseables, como el sentido del humor.

Fundamentalmente, los maestros debemos estar convencidos de que todas las personas podemos aprender, crecer y transformarnos. Sin esa convicción, nuestra tarea carece de sentido. Técnicamente, esta característica se llama mentalidad de crecimiento, y en la práctica hace que el maestro se asuma también como un aprendiz y encarne la actitud hacia el esfuerzo, la creatividad y el aprendizaje constante que desea inculcar en sus alumnos.

Además, es necesario aceptar que la profesión docente es vincular. Requiere afecto y compromiso . Por eso, al igual que otras profesiones, se dice que ser maestro requiere vocación. La tarea docente es tan demandante, que estoy dispuesta a afirmar que quienes no se involucran afectivamente con ella y los alumnos a su cargo, no deberían estar al frente del aula. No sólo no encontrarán la gratificación necesaria para sostener la exigencia del puesto, sino que además fracasarán en crear las condiciones socioemocionales necesarias para que ocurran los aprendizajes.

Otra habilidad imprescindible del buen maestro es la de detectar el potencial no realizado y hacer lo posible para encauzarlo. El potencial es lo latente, y para poder percibirlo ayuda ser curioso, tener una imaginación activa, probar distintos abordajes para el logro de los objetivos, no rendirse ante los fracasos, ser entusiasta y un poco soñador. Para ayudar a materializar eso que es posible, o mínimamente encaminarlo, hace falta pericia técnica, creatividad, una mente ágil y ocurrente, planificación y ejecución, flexibilidad y compromiso. Todo lo demás se aprende y, sin duda, la experiencia de vida nos va perfeccionando. Paradójicamente, el perfeccionamiento docente requiere que abandonemos cualquier aspiración a la perfección.

La pasión por la materia que uno enseña o por el proceso de enseñanza y aprendizaje son indispensables, aunque no soy de las que creen que todos podemos ni deseamos ser el profe de la Sociedad de los Poetas Muertos. La pasión se puede manifestar de diferentes maneras, y eso es deseable en el ámbito educativo, para que los alumnos conozcan una rica variedad de estilos que validan o inspiran sus propias cualidades personales, en lugar de sugerir que hay una sola manera correcta de ser. Lo más crucial es que el maestro esté encendido. Su pecado capital es la indiferencia.

En lugar de creerse dueño de las respuestas, el maestro multiplica las preguntas. Trae sus pasiones al aula, de manera que sus alumnos se lancen a las propias. No es proveedor de soluciones, sino que empodera a los demás para que aprendan a encontrar las soluciones en sí mismos. Tiene la dosis justa de ego para cautivar, y la medida exacta de humildad para saber que es un servidor.

Para poder desplegar esas habilidades el maestro debe, ante todo, estar bien parado en la autoridad de sí mismo. Ésta es intrínseca, no la confiere la investidura, sino que se fortalece en la medida que se desarrolla la autenticidad y la confianza de que uno está preparado, o por lo menos dispuesto, a asumir el desafío de “ayudar a otros a ser todo lo que pueden ser”. Entonces, el maestro ideal trabaja en su desarrollo personal de manera continua y humilde en la convicción de que no se puede hacer por otros lo que uno no intenta hacer para sí.

En definitiva, ser maestro es mucho más que enseñar una materia o cumplir con un programa. Es asumir la responsabilidad de acompañar a cada estudiante en su camino de crecimiento, creyendo profundamente en su capacidad de transformarse. No es una tarea sencilla, pero sí profundamente gratificante. Al final del día, la enseñanza es un acto de fe en lo que el ser humano y el mundo pueden llegar a ser. Y esa es una tarea tan infinita como maravillosa. 


Entonces, la pregunta que queda para los que educamos es: ¿Cómo podemos seguir cultivando nuestra propia curiosidad, pasión y compromiso para que el aula sea un espacio de encuentro vivo y realizando su potencial?


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Sonia Zivkovic Educadora ©

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